Seguro que has escuchado esta frase muchas veces, en unas ocasiones como una preocupación lógica por el bienestar de los hijos/as y en otras, como excusa para no enfrentarse al miedo que produce el divorcio.
Los niños/as no deben ser la excusa para permanecer en un matrimonio infeliz. Un hogar conflictivo o indiferente daña más que una separación.
En un HOGAR CONFLICTIVO ante las discusiones gritos y reproches, el niño siente rabia y miedo pero, no puede acudir a sus padres en busca de protección y desahogo porque ellos están enfadados y perturbados.
Aprende a no contar sus propios problemas para no generar nuevos conflictos o, por el contrario, se convierte en un niño conflictivo ya que esto capta la atención de sus padres.
Al final, interiorizará el conflicto, asumirá que llegar a acuerdos respetuosos es imposible y entenderá que las relaciones son sufrimiento y batalla. De adulto le será muy difícil establecer vínculos afectivos sanos.
En un HOGAR INDIFERENTE no hay discusiones, los padres deciden seguir juntos pero llevando vidas separadas e ignorándose. El ambiente en casa es incómodo, carente de cariño y afecto.
Estos niños, a pesar de vivir junto a sus dos padres, no disfrutan de planes en familia, sus padres están tristes y apáticos en casa y se tratan como extraños (incluso durmiendo separados).
Estos niños/as se sienten culpables por la infelicidad de sus padres (que se mantienen unidos por su “culpa”). Intentarán unir a la familia y se sentirán frustrados por no conseguirlo.
Aprenderán que es aceptable que te traten con descuido o indiferencia, que es mejor quedarse y aguantar que tomar decisiones y buscar la propia felicidad.
Serán adultos sin herramientas para convivir y relacionarse por lo que se convertirán en personas muy solitarias.
Para los niños/as sus padres son sus guías, de ellos lo aprenden todo, a comportarse, a interpretar el mundo, y a definir su propio concepto de AMOR, FAMILIA y AFECTO.
Tus hijos/as no necesitan que seáis un matrimonio, ¡necesitan amor y veros felices!